Otro de los espantos que suele acompañar la llegada de la canícula es el anuncio de los carteles de los festivales que emergen cada año para atormentar a todos los melómanos, que no tienen más remedio que trasladarse a esos campos de concentración de pago para disfrutar de sus grupos favoritos en el peor de los ambientes posibles.
Por tanto, esta es la época en la que se vocean por oleadas esos fenómenos tan de nuestros días conocidos como las reuniones. De grupos que estaban separados, se sobreentiende.Y la reunificación que más está dando que hablar estos días es la del pintoresco cuarteto británico The Darkness.

Todos ustedes saben que este tipo de reuniones alimenticias no son del agrado del Zorromono, pero es que es imposible enfadarse con estos tipos. Porque el Micocánido, al igual que varios miles de descerebrados más, recuerda a los ingleses con cariño por haber sido una de las anomalías más divertidas de los aburridísimos años dosmiles.
Porque en la década en que las masas cayeron rendidas ante cosas tan plumbeas como Coldplay y Muse, y las revistuchas inglesas y americanas se inventaron un renacer ficticio del rock con medianías como The Strokes y The Libertines como cabecillas, una cuadrilla de piratones ebrios de Lowestoft, en el condado de Suffolk, casi, casi, vuelve a poner de moda el hard rock de finales de los 70 a base de solos atómicos, falsetes absurdos, rayos, melenas, monos de leopardo y camisetas de Thin Lizzy.

Es que lo que pasó fue de traca, señores; de repente, en medio de la grisura del nu-metal y del roquete neoyorkino de pasarela, nos llegaron a todos los roquistas del orbe noticias de un cuarteto inglés que sonaba a una especie de cruce entre los Queen de Sheer Heart Attack, los Van Halen de David Lee Roth, y los Def Leppard de Pyromania. Con un par. Y en la Pérfida Albión no solo no los señalaban con el dedo por la calle, por antiguos y por no gustarles Television y los Smiths, sino que aún encima, les daban bolilla en los tabloides musicales creahypes, y cada vez acudía más gente a sus demenciales conciertos.
Además de enarbolar con orgullo unas referencias tan poco cool para el momento, se decía que esos tipos habían teloneado a Deep Purple y a los propios Leppard, y que habían pateado culos. En Micocánido tiene que puntualizar que en esos años Internet no estaba totalmente generalizado, y aún se podía disfrutar del factor sorpresa en estas cosas.
Pronto se empezaron a ver fotos de los fulanos en las satinadas páginas del Popular 1, y contemplar ese popurrí de señores feos, melenas, bajistas bigotudos, guitarras LesPaul, murallas de Marshalls y monos de una pieza provocó un shock colectivo tan enorme que cuatro millones de personas se vieron prácticamente obligadas a correr a la disquera más cercana para hacerse con una copia del cd de debut de The Darkness, Permission to Land.

Y si las pintas de los colegas eran de traca, lo que contenía el disco era directamente inenarrable; posiblemente, Permission to Land contiene la colección de temazos más excesiva, rimbombante y divertida grabada en los dosmiles. Porque el líder del grupo, el vocalista y guitar-hero Justin Hawkins, siempre insistió en que su objetivo y el de su banda era entretener y hacer que la gente se olvidara de sus problemas y pasara un buen rato, y que estaba hasta las bolas de grupejos que agobiaban a la peña contando sus desgracias y sus movidas chungas.
No hacía falta que el dentudo rockstar inglés jurara ante notario esta declaración de intenciones, porque el universo lírico del disco es encantadoramente monotemático; las letras de Permission to Land tratan temas tan abruptos como las chorbas, las pivas, las jebas, las jas y las jabatas. Y el sonido del álbum, pese a haberlo grabado con su propio dinero y sin el apoyo de la multinacional que luego los promocionó, era un cañonazo de hardrockote clásico y guitarras dobladas a lo Thin Lizzy.

Como ya ha comentado el Zorromono en alguna ocasión, las gentes tienden a confundir la seriedad con el aburrimiento; como Radiohead son una absoluta brasa, pues son muy serios y un gran grupo, y como los Darkness son una risa, pues son una chafullada sólo comparable con la Charanga del Tío Honorio - aunque, curisamente, los de Justin Hawkins versionearan a de los autores de O.K Computer en directo -. Y a esa imagen bufa de los cuatro rockeros de Suffolk contribuyeron, y mucho, los increíbles videoclips con los que iban presentando cada uno de los singles de Permission to Land. El primero fue I Believe In a Thing Called Love, que ya fue insuperable.
Sí, han visto bien. Falsetes por doquier, mujeres diabólicas, naves espaciales, pulpos del cosmos, guitarras que disparan rayos, centollos gigantes... Una maravilla. Y lo más simpático es que duranteunos unos meses, The Darkness fueron el grupo del momento en todo el mundo. Los mismos medios-veleta que encumbraban a una banda distinta cada tres meses y luego la arrojaban a la basura se volcaron con ellos, y el FoxMonkey y todos los de su raza pudimos ver como una banda de treintones melenudos fans de Queen, Sparks, Aerosmith y UFO copaba las portadas del NME, el Melody Maker y todas esas chuminadas, y eran bendecidos por algunos de sus atribulados ídolos, como David Coverdale, Brian May y Gary Moore, que vieron con asombro como, a lo mejor, esos desagradables muchachotes los ponían de moda y todo . En la cúspide de su éxito,el cuarteto incluso editó un single de Navidad, cosa bastante comun en la Gran Bretaña.
El único punto débil de The Darkness estaba en el directo; las crónicas que hablaban de lo falto de ritmo de sus presentaciones fueron confirmadas por el Zorromono en persona en uno de esos dinosauricos festivales-blanqueadores-de-dinero que se montaban en los Xacobeos de Fraga; Los británicos compartieron cartel con Iggy y los Stooges, Massive Attack y Chemical Brothers, y su pase fue regulero, regulero. A ver, que sonaron bien, y Justin es un buen frontman, pero se les veía muy verdes, faltos de tablas e incapaces de llenar un escenario grande. A eso hay que añadirle que el guitarra rítmico del grupo, Dan Hawkins, iba borracho como un concejal, lo que no ayudó en absoluto a darle cohesión al asunto.

Lo más divertido del tema fue lo que se pudo leer, al día siguiente, en un conocido medio escrito gallego. El plumilla en cuestión definió a The Darkness como "un grupo del Club de la Comedia", y afirmó sin que le temblara el pulso, que mucha gente del público echó de menos "al coruñés Deluxe" como "telonero de calidad". ¿Ven a lo que me refiero, con lo de confundir seriedad con aburrimiento? Pero lo cierto no le faltaba razón al juntaletras en algo de lo que escribió; "El coruñés Deluxe" es exactamente eso, como se ha podido comprobar con el tiempo: Un telonero.
Pasados sus meses de gloria, The Darkness se retiraron a reflexionar y a preparar los temas del sucesor de su exitoso debut, pero ya nada volvió a ser como antes. Su bajista bigotudo, el gran Frankie Poullan, abandonó la banda antes de la edición de su nuevo trabajo, siendo sustituido por un calvo.

El segundo álbum del combo, producido por Roy Thomas Baker, responsable del sonido de los discos clásicos de Queen, se tituló One Ticket to Hell... y fue editado en 2005. Suena más elegante y estilizado que su predecesor, a costa de perder la espontaneidad y excesividad que hizo de Permission to Land uno de los discos de la década. Y pese a haber buenos temas, el disco no funcionó y la banda se fue desintegrando por la cada vez más aguda adicción de Justin Hawkins a la drogaína. El rubio vocalista abandonó el grupo en 2006, y todo se fue al garete.
Tras unos proyectos en solitario que no interesaron a nadie, el grupo volverá a la actividad este verano, con su formación original. Esperemos que retomen la absurda senda que tanto nos entretuvo en el año 2003, y podamos disfrutar de otra serie de entretenidos dislates que nos distraigan del infierno de la vida cotidiana.
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