viernes, 21 de febrero de 2014

FORD FARLAINE DESOLADO



Por mucho que las gentes traten de irse de originales, nada hay de malo en tener referentes vitales y admitirlo. A este respecto, el Zorromono tiene la desgracia de conocer desde  pacones sin personalidad alguna que disimulan su planicie y total falta de interés por absolutamente todo asegurando que son más naturales que el yogur, y que por ende no copian "a naide", hasta personajes que siempre llevan la camisa metida por dentro porque aseguran que Lee Hazelwood jamás osaría ir por ahí con los faldones al aire como un yeyé, y ellos no van a ser menos. Y ni tanto ni tan calvo, demonios. Lo que sí es cierto es que, como ya saben los escasísimos seguidores de este guadianesco blog, Groucho Marx es uno de los faros que guía la confusa y abotargada existencia del Micocánido.


Y releyendo la “opus magna” escrita del añorado estrambote de ceja inquieta, la falsa biografía Groucho y Yo, encontró el Zorromono la inspiración para este su retorno al estéril mundo de la blogosfera. En uno de sus capítulos, Julius relata la sorpresa que le producen tanto a la crítica como a la inmensa mayoría del público esas ocasiones en las que un humorista deslumbra a propios y extraños con una desconocida destreza a la hora de abordar un papel dramático. Quiso también la casualidad que esa misma noche el Foxmonkey fuera a ver la última mierd* de Woody Allen, Blue Jasmine, con lo que ambas cuestiones se aplastaron cual chicle mascao en las maleables meninges zorromoneras.

Resulta que en el mencionado truño del otrora brillante marranete neoyorquino cuentan con papeles sendos comediantes, brillantes ambos en sus respectivos campos, y en dos etapas completamente opuestos de sus respectivas carreras: mientras Louis C.K -que interpreta a un dependiente adúltero-  se encuentra en su punto más alto de popularidad, el otro cómico en liza, Andrew Dice Clay, lleva decenios hundido en una decadencia que le encaja a su personaje como un guante.

Para los que no hayan visto el filme –una opción bastante inteligente- apuntar que la trama relata el descenso a los infiernos de una inestable y acomplejada trepa que se pegaba la gran vidorra casada con un orondo broker que estafaba a todo bicho viviente, el cual se suicida tras entrar en prisión dejando a la piva en la indigencia y al borde de la locura. La fulana en cuestión, interpretada por la rubia esa que le encanta a todo el mundo, busca refugio en  San Francisco, en casa de su whitetrashera hermana. Y da la casualidad uno de los timados era el exmarido de la hospedadora, el amigo Clay, un ñapas que cometió la imprudencia de confiarle al finado pájaro 200.000 pavazos que había ganado en la lotería y que, como se habrán podido suponer, volaron con el viento.




Antes de proseguir, no estaría de más recordarles quien viene siendo el tal Andrew Dice Clay. A buen seguro que, menos los más veteranos lectores de Popular 1, nadie recuerda al ahora ternasco artista más que por protagonizar la mítica Ford Farlaine. Pues, para que-lo-se-pan, estamos hablando de un colega que, a principios de los 90, era capaz de llenar el Madison Square Garden él solito a base de chulería, mala leche, actitud y un sentido del humor tan berraco como incorrecto. A través de sus chanzas clásicas desfilaban desde la escatología rijosa hasta la misoginia más hardrockera, que convirtieron a nuestro héroe en el preferido de bestias pardas como Scott Ian y Axl Rose.







Pero, como todo lo bueno se acaba, la irrupción del rock alternativo y la consiguiente y galopante corrección política generalizada hizo que nuestro hombre cayera en desgracia. No estaban los tiempos para chistes de pollas y titis, y los Michael Stipe del mundo lograron relegar a la otrora estrellaza a un triste ostracismo. Obviamente, Clay, la persona, no era el completo mastuerzo que desfilaba por escenarios y televisiones de toda la Nación, pero eso no evitó que se tuviera que pasar década y media malviviendo en series chungas, comedias de mala muerte y clubes apestosos. Es precisamente esa experiencia la que hace que Andrew brille como un agujero negro en su breve papel.
Por algún motivo, la interpretación de nuestro hombre en Blue Jasmine ha pasado desapercibida, pero crean al FoxMonkey cuando  les dice que cuando, ya casi al final del filme, le echa una bronca a la rubia por haberle jodido la vida, es una de las mejores representaciones  de la desolación grabadas en celuloide en los últimos años. La mirada que le echa mientras apura la última calada de su truja y la tira con dos dedos en un gesto 100% clayiano es de antología. Ni Sean Penn ni hostias. Esto solo se consigue sacando a la superficie décadas de derrota continua sin visos de una de esas  redenciones que tanto gustan a los yanquis. 

Obviamente, esta validez de un cómico hacia los aspectos más profundos del drama no es un caso aislado, y los ejemplos son constantes a lo largo de la historia del celuloide. Basta recordar, como muestra reciente, el papelón que se casca Guillermo Francella en la sobrenatural El secreto de sus ojos –ni de coña le sale a Campanella otra peli así. Ni peregrinando a Lourdes haciendo el pino-. Este andoba, desconocido para el público europeo, levantó una incontenible ola de loas en su país natal con su Pablo Sandoval tras tirarse décadas liderando comedietas salidas y pastiches familiares, convenciendo a la humanidad externa a la Argentiiina, looocos, que era un actorazo de la concha de la Lora. O Jonah Hill, que cuenta sus papeles “serios” por nominaciones al Oscar, ya sin entrar en el Judappatowiano mundo de la comedia en apariencia ligera pero con cargas de profundidad abisal, como Hazme Reír y Supersalidos. La comedia como observación de la realidad desde un plano superior y la confusión entre seriedad y aburrimiento, una vez más...


Pues eso, que no se sorprendan cuando vean a un cómico arrasando en un campo que, en teoría no es el suyo. Sirva como perfecto cierre el razonamiento que le hizo el gran Arturo Fernández a éste su mutante favorito hace unos años. Que uno tiene sus contaaaactos, chaaaaatos…


Dicen que lo más importante para un actor en interpretar un drama, y yo a eso no le doy ninguna categoría, porque con decir una frase y poner cara seria, ya cumples. Sería incapaz de hacer un villano, pero no porque no sabría hacerlo, sino porque no me apetece”
  

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