Después
de una larga ausencia por la que el Zorromono no piensa dar ni la más mínima
explicación, éste su mutante favorito vuelve a la blogosfera en un formato más modesto
pero más cargado que nunca de bilis, rencor y malos modos. Pese a que estos
meses han sido de un recogimiento espiritual profundo, el Micocánido no ha sido
capaz de llegar a ese estado de iluminación perpetua que solo alcanzan seres
moralmente superiores como Bunbury, Shuarma y su señora ricachona que toca el acordeón. Por ello no esperen grandes cosas de esta nueva etapa.
Algo
que sí ha hecho su mutante favorito en estos meses de oscuridad son tareas
domésticas. Ya saben: fregar, planchar, secuestrar vírgenes, exterminar plagas
de insectos, recoger zarigüeyas y mapaches de los arcenes de las carreteras
para las cenas… Muchos de esos entrañables momentos contaron con la enervante
compañía de cierta emisora de radio presuntamente rockera, pese a ser propiedad
de la Conferencia Episcopal,
esperando escuchar alguna obviedad de AC/DC, Parpel o Whitesnake, aunque en tan
diabólico dial acostumbran a pinchar solo astracanadas hispanas de dudoso gusto
y contenido ofensivo.
Contenido
ofensivo, sí, han leído bien. Y no solo ofensivo al intelecto, al estilo de los
ripios de Joaquín Sabina, sino ofensivo, ofensivo. En concreto, el Zorromono
quiere hablarles de una pieza de ese ente conocido como Celtas Cortos que, tras
su apariencia inicial de inofensiva tunez que provoca vergüenza ajena, esconde
una completa apología del bulling y el desprecio por la diferencia. “El
pop muchas veces consiste en dirigirse al marginado, decirle ‘yo te entiendo,
estoy contigo’ -razonaba hace poco un ñoñísimo pero reflexivo compañero, amigo y maestro
del Micocánido -, hacerle sentir cierta euforia privada con visos de, algún día,
hacerla pública”. Aquí tienen un ejemplo de justo lo contrario.
No hace
falta que el Foxmonkey les ilustre sobre las industrias y andanzas de los
tales Celtas Cortos y el absurdo éxito que esta agrupación logró en la España de principios de los
noventa gracias a coplas protoindignadas como Tranquilo Majete y otros
himnos garrafoneros de la más baja estofa. En la actualidad, estos individuos
malviven en el circuito de fiestas patronales y festivales de la cosecha,
ignorando el daño inflingido a toda una generación con su seudoizquierdismo
mongoloide, sus letras de tetrabrik y canciones como esta, la causante de la
irritación micocánida:
La
primera reacción de su mutante preferido al escuchar esta copla fue la de hacer ademán de
arrojar el transistor por la ventana, aunque pasado el furor inicial, la psique
zorromonera se puso a trabajar sola y se empeñó en diseccionar tan grotesca
tonada. Por lo que se puede entender, la pieza intenta retratar a una persona
en concreto a base de insultos, burdas descalificaciones e incluso la
justificación explícita de maltratos físicos. El horrendo calvo que canta en el
conjunto pucelano no se corta un pelo – ¡chis, pum!- a la hora de calificar al
objeto de su acoso sonoro como alguien que “En el mundo está por estar y no piensa ni quiere opinar”, como estableciendo una clara diferencia entre su víctima y él mismo,
que se debe considerar un analista político a la altura de Chomsky, gracias a
la legitimidad que le otorgan sus ingeniosas y combativas letras.
Porque
ese es uno de los temas que más asombran de esta canción; no se trata del típico
caso de puteo continuado del quarterback del equipo de fútbol y sus amigotes al
marginado que juega al rol y lee libros, sino que hablamos de unos sucios
alternapiojos de clase media que se alimentan a base de donuts y porros y lucen orgullosos sus camisas de cuadros y sus botas de trecking, que se
alegran de las palizas que recibe una persona que prefiere la soledad antes que
la desagradable compañía que estos seres le podrían proporcionar.
“Es el típico sosazo al que da pena
mirar, no es que es tímido, es que es bobo y todo miedo le da”. Ahí tienen. Con una
clarividencia turulata digna de un psicopedagogo, el alopécico voceras de
Celtas Cortos – llamado Jesús H. Cifuentes, para el que no lo sepa- define al
acosado como soso, tímido, bobo y, más adelante, muermo, cuando debería
ser es dicharachero, desenvuelto, espabilado y majo. Tan dicharachero, desenvuelto,
espabilado y majo como las personas que pueden ver en la instantánea de abajo,
que seguro que son los más molones de toda Valladolid, metrópoli famosa en el
mundo entero por una vida bohemia, cultural y de vanguardia solo comparable a
la de London, Niuyork y München. No te jiba el andoba…
Pero lo
más heavy de la rola en cuestión es la siguiente frase, en la que ya entramos
directamente en la maldad patológica: “A collejas bien te han puesto con esa cara pasmao, si no espabilas un
poco mas collejas te caerán”. Voilà. Según el señor Cifuentes, el culpable de estas
agresiones es el que las sufre, por “pasmao”, y además deja claro que el que
canta y sus secuaces no son los perpetradores físicos de los golpes,
simplemente los justifican y aplauden desde las sombras porque los encargados
de propinarlos tenían motivos de peso para cometer sus tropelías, al estilo José María Pemán y Salvador
Dalí tras el golpe del 18 de julio. Muy progresista y de camiseta del Ché
Guevara todo, como pueden ver.
Este
curioso retrato concluye apuntando que el protagonista “desperdicia su vida encerrao (sic) en su
habitación”. Miren
que sorpresa, el muy insensato prefiere la intimidad de su hogar, sus discos,
sus libros y sus VHS antes que salir por ahí de vinos en compañía de los Celtas
Cortos, con los que sin duda viviría apasionantes aventuras choriceras a ritmo
de ska de verbena.
Pues así
se las gastaban a principios de los noventa en las radiofórmulas españolas y
todavía hoy en algunas emisoras oldies, amigos. Si algo tiene de bueno la etapa
de cretinesca corrección política, la cada vez mayor simpleza de las gentes y
el desmoronamiento absoluto de la industria discográfica hispana es la desaparición
casi total de esos absurdos grupos de poprock que, hace veinte años, se
multiplicaban por centenares y que ahora se han visto reducidos a un par o tres
de cosillas.
Incluso se reparten tranquilamente su target en cómodas franjas de edad: de los 0 a los 12
años, Maldita Nerea, de los 12 a
los 35, Vetusta Morla, de los 35
a los 45, Quique González, y Fito & Los
Fitipaldis de los 45 a los 200. Les recuerdo que el Foxmonkey habla en este post tan solo del mainstream, porque el mundillo indi… Ya hablaremos de los indis, ya…
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