miércoles, 10 de octubre de 2012

BARRIGUITAS DEL RUOCK (I)

Como ya avisó el Zorromono hace unas semanas, este va a ser el primero de unos posts de peso. Pero peso tanto moral como físico, no se vayan a creer. Tras el impulso que le proporcionó a la psique del  Micocánido la ultima reflexión sobre la gordura y la belleza de la pobre Russian Red antes de que un contubernio judeomasónico del PSOE la obligara a clausurar su twitter, éste su mutante favorito se vio en la obligación de repasar las industrias y andanzas de alguno de los ternascos más contundentes de la historia del ruacanrol.

Como ya se sabe que a la gente lo de leer mucho le raya, el Foxmonkey intentará ser lo más conciso posible, y por muy divertido que sea contemplar a antiguos sex symbols roqueros plenos de músculos y fibra- como Axl Rose, Dave Wyndorf, Glenn Danzig, Jim Morrison y Elvis- convertidos en entrañables bolitas, la cosa versará sobre tripudos que ya lucían con orgullo lorza y carnaza cuando alcanzaron la fama. Comprenderán también que se queden fuera de la lista redondeces más orientadas tanto a la indietendencia como al R&B y lo comercialote de toda la vida, con lo que la cosa que canta en The Gossip, la Beyoncé, el alocado bolerista Pancho Céspedes y la violonchelista -u lo que sea- de Klaus & Kinsky quedan fuera.

Pese a contar con precedentes tan orondos y destacables como el enorme Fats Domino, hay que reconocer que en el ruacanrol siempre se ha dado prioridad a la delgadez y la guapura estándar por motivos puramente comerciales. Raros son los casos de cachalotazos que logran escalar a lo más alto de las listas, como sí consiguió el monstruoso Meat Loaf.



Armado con una voz sobrenatural, un apetito pantagruélico, una mala leche legendaria y nacido Marvin Lee Aday, este enorme vocalista sufrió durante la infancia los malos tratos del borrachín empedernido que tenía por padre hasta que se decidió a ir a buscar suerte a Los Angeles. Allí entró en el circuito de los musicales y contactó con el compositor Jim Steinmann, que a finales de los setenta le compuso esa adorable y rimbombante barbaridad wagneriana conocida como Bat Out of Hell, que vendió como cuatro mil miles de millones de discos y transformó a Loaf en una especie de Pavarotti Hardrockero de relevancia planetaria.


Pese al éxito salvaje de este disco y su continuada actividad en el cine -si aún no han visto The Rocky Horror Picture Show y Roadie merecen ustedes unos latigazos - durante los ochenta nuestro rollizo héroe encadenó una serie de desafortunados trabajos que le obligaron a girar sin parar para mantener su estatus, dejando durante estos tours contínuas muestras de su mal café. La más recordada es cuando se enfrentó con los puños (¡¡¡!!!) a las decenas de miles de metalheads que le recibieron con una lluvia de bidones llenos de orines en el festival de Reading de 1988. Al ver el percal, sus músicos se refugiaron tras los amplis para salvar su vida, pero el bruto de Loaf se lanzó sobre las primeras filas y la emprendió a hosti*s con todo lo que respiraba.



Hicieron falta varios miembros del servicio de seguridad del evento para reducir al enorme texano y devolverlo a las tablas. Pero como el chaparrón de meados no cesaba, Meat aprovechó un despiste de la organización para remangarse su camisa de chorreras, bajar de nuevo junto al respetable y enseñarle educación a esos peludos a base de palos. Obviamente, su concierto solo duró diez minutos, pero es recordado con mucho cariño tanto por intérpretes como por público. Solo cuatro años después de este simpático episodio, Loaf se reencontró con Steinmann y grabó una secuela de Bat out of Hell con la que el dúo reverdeció laureles y discos de oro. Desde entonces su carrera sigue viva y bien, tanto en cines como en escenarios.

La de Loaf es una historia con final feliz, cierto, pero no se crean que es lo habitual en el frivolón e interesado mundo del rocanrol. Incluso en la pretendida última gran etapa del rock de origen underground como potencia comercial, el estallido de la escena de Seattle a principios de los noventa, los que vendieron discos a cascoporro de verdad fueron Nirvana, Pearl Jam y Soundgarden, capitaneados todos por pintones, rebeldes, delgadísmos y atormentados chulibollos. Pero aquí está su amigo el Zorromono para recordar a los más admirables gordos de esa escena, que los hay.


El más célebre obeso del grunge es, sin duda, Tad Doyle. Este buen señor, de look entre de camionero, leñador y serial-killer, lideró durante casi una década la banda TAD a base de hardrockote gañán de inspiración setentera aderezado con toques de punk carnicero. Figura esencial y especie de insobornable conciencia colectiva de la escena de Seattle, Doyle registró con su banda cuatro discazos increíblemente turras, siendo posiblemente el más compacto de ellos 8-Way Santa, producido por Butch Vig.


 Para que vean como estaba la cosa tras la explosión de Nirvana, su onda expansiva provocó que hasta estos túzaros lograran un contrato multinacional y tocaran ante miles de personas teloneando a los propios Nirvana y Soundgarden.Y miren si mola este señor que hasta Peter Bagge incluyó al bueno de Tad en una historieta de su serie Odio.



Los otros grandes Fatties de Seattle son dos hermanos, al estilo de esos míticos motoristas de sideshow que tanta risa dan cuando los ponen en los Simpson y programas de esos raros: los Conner. Estos fornidos caballeros fueron guitarra y bajista de los Screaming Trees, una de las más infravaloradas bandas de los noventa. Poco les puede contar a ustedes el Zorromono sobre el grupo comandado por Mark Lanegan, tan famoso ahora entre la parroquia indie gracias a los soporíferos discos que grabó con la brasas escocesa esta, así que se limitará a recomendarles la escucha de todos y cada uno de los álbumes de los Trees, que pasaron de su inicial rock psicodélico a una cosa como más tradicional y americanota.



 Si le preguntan al Foxmonkey, les dirá que su obra magna es su último Dust, pero lo cierto es que tanto Sweet Oblivion como Uncle Anesthesia son tan exageradamente buenos que producen escalofríos. Hasta su disco póstumo, editado el año pasado -el conjunto se separó en 2000- es una maravilla, oigan...


Y hasta aquí por hoy, niños, niñas y Jill Love. Muy pronto volverá su mutante favorito para meterse en las grasientas aguas de los punk rockers más tochos de all time. Les esperamos...



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